Por: Johana Marcela Páez Vargas y Diana Marcela Castillo Varela, junio 2021. Estrategia para el acceso y la permanencia educativa de niños y niñas.
La realidad educativa de Colombia es compleja; según la Encuesta Pulso Social, realizada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en 2020, en el 4,5% de los hogares no se continuaron las actividades educativas o de aprendizaje desde que se cerraron las escuelas a causa de la pandemia. Al respecto, el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana, indicó que el 96% de los municipios del país no tiene los recursos ni la cobertura para desarrollar cursos virtuales, además las familias no cuentan con equipos para clases en virtualidad, situación que se agrava en las zonas rurales. Varios analistas del sector educativo refieren que Colombia no está preparada para desarrollar la carga académica en su totalidad desde el escenario virtual o de manera remota, modalidad que ha sido obligatoria como efecto de la pandemia por el Covid -19, afectando el proceso formativo de niños y niñas. Esta situación ha evidenciado otros problemas y falencias a nivel estructural que dificultan el cierre de brechas existentes en el derecho a la educación, por lo que se requiere actuar frente a estas realidades para evitar que el número de niños y niñas que desertan de su proceso escolar aumente, entendiendo que ello deriva en otras vulneraciones de sus derechos. Como una organización orientada a contribuir en el desarrollo integral de la niñez y la juventud, este panorama nos ha invitado a preguntarnos ¿qué estrategias desarrollamos para apoyar el acceso y la permanencia educativa de los niños y las niñas en contextos de mayor vulnerabilidad en el país y, además, en medio de una pandemia? Producto de estas reflexiones nace Todos al Cole, un proyecto de la Fundación Pies Descalzos y Education Above All Foundation, como estrategia para impactar, en un periodo menor a 3 años, la vida de 54.000 niños y niñas de básica primaria y sus familias en Barranquilla, Cartagena, Chocó, Medellín, Bogotá y La Guajira. En Juntos Construyendo Futuro, como aliados estratégicos de la Fundación Pies Descalzos, en marzo pasado iniciamos la implementación de Todos al Cole en cuatro municipios de La Guajira: Maicao, Manaure, Uribia y Riohacha, caracterizados por ser territorios de frontera dentro de un departamento que ocupa el cuarto lugar del país en recepción de población migrante de Venezuela, según datos de Migración Colombia. Para Todos al Cole hemos diseñado un plan de trabajo que nos permitirá aunar esfuerzos para la implementación de estrategias de acceso y permanencia educativa para la población en edad escolar de básica primaria. Considerando la fase en la que nos encontramos frente a la pandemia por el Covid-19, nos hemos propuesto:
Con estas acciones seguimos aportando a la calidad educativa, esta vez mediante estrategias para el acceso y la permanencia escolar de los niños y las niñas del departamento de La Guajira, teniendo en cuenta sus características geográficas, sociales, culturales y étnicas, así como los efectos de la pandemia; para ello contamos con un equipo humano comprometido, que conoce las particularidades, oportunidades y necesidades del contexto y que movilizará acciones de manera articulada con los actores del territorio.
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Por: Cristian Orlando López Rivera, junio 2021. Hace unos días, recién acababa de participar en una presentación con tambores cuando se me acercó una mujer con un niño en brazos. Me miraba con un entusiasmo notable y ese gesto facial propio de quien desea saludar con alegría; era Monto, una compañera de la universidad pero de distinto pregrado. Al reconocerla, sus emociones se replicaron en mi cuerpo y entrañas. La recuerdo con cariño por las eternas charlas en el “pasillo del C” de la Pedagógica, sobre música latinoamericana y pedagogía.
Su hijo reposaba en sus brazos con una sonrisa inmensa y unos ojos brillantes, tenía un tambor de juguete y su mano agarraba con decisión una baqueta de plástico, entendí que venían acompañando el desfile. Aprovechamos el encuentro y hablamos sobre estos días duros en el país y de las iniciativas artísticas como posibilidades distintas de escribir y decir las historias de la gente. Alineado a esto y valiéndome de su doble rol madre-docente, le pregunté acerca de la movida del arte en las esferas educativas con las infancias. Estoy más que seguro que no la corché, pero ella sí se tomó varios minutos para pensar su respuesta. Inició confesándome que no era una pregunta fácil pero sentenció con propiedad que las artes son definitivas en el desarrollo cognitivo, psicomotor, corporal, emocional e incluso espiritual de los niños y las niñas. Conociendo a Monto sabía bien que esta última dimensión se alejaba totalmente de apreciaciones religiosas o sectarias, se vinculaba más a la sensación de bienestar y libertad de las personas, ella se refería al nivel de conciencia que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el entorno del que hacemos parte. Ella siguió su reflexión y era evidente que hablaba Monto, la profesora. Aclaró que el arte es en sí una herramienta para el desarrollo cognitivo porque al ser un mecanismo de creatividad contribuye en el hallazgo de soluciones básicas a los retos de la vida diaria, estimulando además el aprendizaje en las áreas del saber. Admito que esta parte la escuché con interés pero en mi mente seguía esperando algo más en su respuesta. No demoró en ser cubierta mi ansiedad. Su tono de voz cambió y su rostro se mostró más esperanzador. Me dijo que ante todo y sobre todo, el arte es un vehículo de expresión, revela pensamientos, sentimientos, emociones, gustos, simpatías; insistió que el arte no debía perder este objetivo. Esto se conectó de inmediato conmigo, muy seguramente por mi rol de artista no profesional y mis convicciones personales, lo que hacía que considerara las palabras de Monto como obvias. No obstante cuando ella las dijo partiendo de su experiencia pedagógica con niños y niñas, noté que no era tan obvio, que además la lucha entre lo disciplinar y lo creativo, entre lo importante y no importante socialmente, aún sigue vigente en los escenarios educativos y lo más triste aún, que el arte en la formación de niños y niñas se está reduciendo a la “activitis de entretención”. Ella me lo confirmó. Esto nos llevó a pensar que en un mundo productivo, las artes como decisión de vida, es una arista que incomoda, asusta e incluso frustra a la institucionalidad familiar, social y estatal. “El arte no da plata”, “del arte no se vive” y “el arte es un hobbie”, fueron premisas que recordamos como absolutos en parte de la población de este país. Nos callamos un momento y en una coincidencia que nos hizo reír, ambos miramos al niño y su tambor. Retomé la conversación, proponiendo que educar en artes no significa necesariamente que los niños y niñas resulten siendo actores, bailarines, pintores, escritores, músicos o todo eso junto, -escenario que sería muchísimo más provechoso en un país como este, necesitado de tantas cosas que el arte cubre-. Con convicción le dije a Monto que el arte debe permitir ver otros caminos desde los cuales encontrarse a sí mismos y con los demás en el mundo, otra forma de leerlo e intervenirlo. Ella reforzó el comentario diciendo que eso en suma era un llamado a la sensibilidad y la conciencia respecto a la vida misma, que el arte tenía la misión de hacer de niños y niñas, personas más sensibles y por ende mejores seres humanos. Sensibilidad que me abrigaba en ese momento y hacía que inevitablemente me sintiera feliz al rememorar esas tardes en la alma mater educadora de educadores. Vimos el reloj y ambos ya queríamos volver a casa. El niño durante la charla estuvo tranquilo y podría aventurarme a decir que también estaba atento. Quizá sentía que se hablaba de él y de sus pares en todo el mundo, que la conversación con su mamá era una sencilla y modesta apuesta por recordarnos lo importante de velar por ellos, por su bienestar y su alegría. Monto, se levantó de las escaleras donde nos sentamos a conversar y en un acto de provocación pedagógica me contó: “a él, le fomento el arte desde actividades detonantes, he usado la literatura para crear objetos desde los cuales él, a su modo, me expresa sus emociones y sus miedos. Hace poco, con la excusa de un cuento que le leí, elaboramos un quitapesares y gracias a eso, él me mostró que no le gustaba quedarse solo en la habitación. Esto fue más orgánico que las veces que le pregunté si le temía a algo. Supe de este miedo gracias a un cuento y una obra plástica, no a una pregunta desconectada de sus emociones”. Su anécdota me dejó helado, me sentí perplejo, no sabía qué decir. Redondeó la charla mientras veía al niño, “ellos deben tener un acercamiento al arte no desde el hacer por hacer sino el hacer desde lo que suscita esos lenguajes: ver, expresar, canalizar, gozar, recordar, conocer. Cada niño lo encontrará desde donde bien sea, porque es algo bueno o porque por allí descubre su fuga, su ser y estar. Es ese disfrute el que hace que sea significativo y útil para él”. Nos despedimos con un abrazo y una gran sonrisa, sentí que nos íbamos recargados y esperanzados. Del niño me despedí tomando su mano y tocando su tambor, carcajeó y yo reí. Espero que la uses en un futuro -le dije- y en su otra mano se llevó mi baqueta de madera, que ese día había tocado otro tambor. |