Por: José Vicente Castillo, octubre 2021. Esta frase no solo da nombre a un proyecto, además resume la esencia y vivencias de un grupo de jóvenes entre los 15 y 17 años, que hicieron parte de una iniciativa liderada entre 2014 y 2015 por Juntos Construyendo Futuro y la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones, de la Secretaría de Educación del Distrito de Bogotá.
Estos jóvenes se encontraban por fuera del sistema educativo, ocupando su tiempo en actividades laborales, sin las garantías necesarias para un adecuado desarrollo a nivel personal, familiar, social y educativo. De allí la pertinencia de diseñar una propuesta pedagógica para contribuir con su retorno al sistema educativo y su empoderamiento frente a la toma de decisiones sobre su vida. Para capitalizar más de 10 años de experiencia en el abordaje del trabajo infantil en el país, Juntos Construyendo Futuro diseñó e implementó una propuesta cuyo eje central y fundamental fueron los y las jóvenes participantes. Dicha propuesta se integró a través de cuatro componentes: psicosocial, educativo formal, educativo no formal y fortalecimiento institucional, cada uno orientado a brindar una atención integral a las realidades de los jóvenes, quienes habitaban en la zona de Corabastos y Patio Bonito, ejerciendo actividades en la plaza de mercado más grande del país, con todas las problemáticas asociadas de violencia, microtráfico, explotación laboral, entre otras. En el proyecto participaron más de 50 jóvenes, quienes recibieron atención psicosocial, participaron en actividades pedagógicas y lúdicas enmarcadas en el desarrollo de sus habilidades para la vida y en el ejercicio de su ciudadanía activa, con el apoyo de los núcleos familiares (cuando existían y tenían la disposición de hacerlo) y a través de la gestión interinstitucional para el restablecimiento de los derechos vulnerados hasta ese momento. Para acompañar a los y las jóvenes se conformó un equipo interdisciplinario de profesionales con vocación para escuchar empáticamente y adaptarse a circunstancias complejas, como recorrer la plaza de mercado en horas de la madrugada para lograr conversar con los y las jóvenes, dada su desconfianza por un proyecto que prometía el regreso a un entorno que estigmatiza y expulsa a quien “huele a cebolla”, “quien se duerme en clase” o “quien tiene un lenguaje y perspectiva de vida diferente”, como ellos mismos lo relataban. Lo anterior movilizó la búsqueda de alternativas que minimizaran la desconfianza y permitieran un retorno tranquilo y amigable a los entornos educativos, sociales y familiares. El espacio pensado para desarrollar los talleres terminó convirtiéndose en un lugar de acogida, donde podían encontrar una bebida caliente, una sonrisa, un espacio para descansar luego de jornadas de más de 10 horas de trabajo en la noche y la madrugada, todo ello sin prejuicios ni cuestionamientos, por el contrario, se pensó como un lugar para descubrir el potencial que escondía cada uno. Reconocieron que con las asesorías, las visitas de campo y el acompañamiento adecuado, el rebusque podía transformarse en emprendimientos y oportunidades para mejorar sus condiciones y calidad de vida: algunos crearon una miscelánea, servicios de belleza a domicilio, oferta de comidas rápidas, fabricación de agendas con material reciclado; otros, cuyos intereses respondían a temas sociales, idearon y crearon dos escuelas de fútbol para niños y un proyecto de recuperación de espacio público como una alternativa para dar sentido social y de pertenencia con el territorio. Al final, el balance de este proyecto -en calidad de pilotaje- se resumió en corroborar la necesidad de contar con un sistema educativo abierto a escuchar y brindar alternativas frente a las inquietudes y realidades de los y las jóvenes; se hizo evidente, también, la pertinencia de crear estrategias pedagógicas que conciban a los y las jóvenes como seres humanos con todo el potencial y condiciones para transformar las adversidades en experiencias de vida positivas y las carencias en motivaciones para ser mejores cada día. Ahora por mí, porque es mi decisión, les permitió conocer otras realidades y experiencias que les mostraron oportunidades, nuevos mundos y horizontes, donde el primer paso fue decir “yo lo decido” por convicción no por obligación.
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